TESTIMONIO Y AGRADECIMIENTO PERSONAL  de

 JESUCRISTO.
Zacarías Jelinek

11-12-23

MI MAESTRO

4TO GRADO

 

LICEO MILITAR AYACUCHO.

Siendo  un niño, fui ingresado   al   colegio católico Pío XII en Caracas a inicios de los años 50  en la  condición de alumno  interno. El colegio quedaba  a pocas cuadras de la casa donde Vivía.  Podía salir  los fines de semana, estar con mis hermanos,  jugar con mis mascotas y amigos vecinos. Mi internado transcurrió  por 4 años, ingresando al terminar el 6to grado, al Liceo  militar Gran Mariscal de Ayacucho en  1957.

 

De repente en mi inocencia,  convivía con niños algunos muy peleones y vulgares.  Con tristeza   me convertí en un niño retraído y distante con la necesidad de hablar con alguien ante mi falta inesperada de afecto. Fui llamado suela de espuma, porque no se sentía mi presencia. Fue entonces, cuando  conociendo más  a JESUCRISTO, al iniciar mi preescolar    en  un colegio Católico, empecé a despertar  una profunda admiración por aquel hombre llamado Jesús, que manifestaba el  amor  que Yo necesitaba.  Participaba en el coro  en la Iglesia de Chacao en el Estado Miranda.  No podía comprender, porque ese buen hombre, lo veía colgado de un madero en la Iglesia, con velas encendidas a sus pies, con su cabeza sangrante. Sabía que   había sido vejado, humillado, torturado y finalmente crucificado a la vista de todos. Muchos  algunos hasta celebraron su muerte y agonía en la cruz.  No entendía esa trágica historia de maldad entre humanos,  sobre su  amor y sacrificio.

Recibí como infante  en la escuela de monjas, un pequeño libro azul, llamado CATECISMO. Allí conocí sobre su nacimiento,   como había muerto,  torturado y como ese ser tan bueno, había soportado  con gran resignación y dolor, todo ese criminal castigo, mostrando un profundo amor,  sin guardar odio y resentimiento hacia sus victimarios que era  su propia familia Judía.  Me sentía muy confundido. Algunas veces al intentar dormir,  lloraba  en  mi cama sin poder encontrar una explicación a ese hecho que marco  mi vida para siempre. Me cubría la cara  para dormir  con una   manta, para que mis compañeros de dormitorio no se burlaran  y descubrieran lo que para otros, era un signo de debilidad o de poca hombría.

Durante mi primer año en el internado, fui víctima BULLYING acoso, burlas y  malos tratos, por quienes  ejercían  injusto poder entre los nuevos alumnos. Me mantenía alejado de esos grupos violentos.    Como rubio, blanco y de ojos azulados, me diferenciaba del grupo de compañeros, con  características físicas diferentes.  Fui víctima  de juegos engañosos, burlas y maldades durante las horas de   recreo.  Tuve que enfrentar    peleas a lo cual no estaba preparado   ante algunos compañeros obstinados en molestarme. Durante una cena antes de  dormir, un compañero me llamo "CATIRA ROSANGELINA". La provocación no tuvo mayor consecuencia, que las risas y burlas de mis compañeros, hasta que fuimos al dormitorio para descansar. Quien me había llamado con ese apodo,  era un alumno mayor de bachillerato, que  al pasar frente a mi cama, insistió en  llamarme con ese mote. Era el nombre de una canción llanera muy popular para ese momento.  Salte  sobre él,  tirándolo sobre la cama. Coloque  la soga de la bata que usábamos para ir a los baños,  sobre  su garganta, apretándola con mucha fuerza.  El mismo profesor de custodia que me había señalado con ese nombre de mujer anteriormente, me aparto al escuchar los gritos de los compañeros,  cuando el  agresor  estaba casi asfixiado. Ambos fuimos castigados en el patio, bajo la condición de perdonarnos y abrazarnos, lo cual no ocurrió por mi parte.  Por esta razón  permanecí  parado solo  en el patio hasta avanzada la noche.  Terminado mi  tercer grado, las actividades deportivas  nos unían   y el compañerismo  fue disipando esos momentos  de confrontación y hasta de racismo en mi contra.  Luego del incidente en el dormitorio, fui protegido por dos jóvenes llegados del estado Zulia de apellido Hernández, que se enfrentaron a los buscadores de peleas, en el colegio. Siendo ya adulto, conocí que ese apellido estaba asociado a grandes boxeadores venezolanos campeones olímpico y del boxeo mundial.    A puñetazos terminaron el liderazgo de esos jóvenes mayores entre los 14 y 16 años violentos. Los Hernández,  asumieron el  liderazgo entre los  alumnos, lo cual me trajo  la  paz  y la tranquilidad que deseaba.

No comprendía la maldad, la mentira y las peleas.  Me confundía esa  actitud entre compañeros  que se   insultaban  por rencillas producto de los juegos.   Algunas veces sin querer, me veía involucrado en esos desacuerdos manteniéndose distante.

 Mi madre conocía  mi sensibilidad,  inocencia y soledad  que le comunicaba,  al llegar la hora  de mi regreso al internado el  domingo por la tarde. Dejar  a mis hermanos y mascotas  no era nada fácil y con lágrimas en los ojos, le pedía  que fuera retirado del internado.  Lamentablemente ello no ocurrió.  Mamá Flor  me regalo un pequeño crucifijo de plata muy labrado, donde se observaba la figura de un cuerpo crucificado, que representaba la figura de Cristo. Colocándole  entre mis manos, mamá  me dijo: ¡consérvalo, cuando te sientas solo  conversa con él!


Durante las noches antes de dormir,   pensaba  añorando mi casa. Escuchaba  los sonidos  que producían  los diferentes sistemas de distracción,  que  venían de un  Parque de atracciones llamado el  CONEY  ISLAND, que existía calle por medio del colegio. Entre el ruido y las voces de adultos y niños que se divertían terminando  su visita dominical, tomaba entre mis manos el pequeño crucifijo  y rezaba el Padre Nuestro y el Ave María. Lo mantenía sobre mi pecho,  tratando de expresarme  rezando, pero  no le encontraba sentido a esta práctica, mediante la cual no podía comunicar mis íntimos  sentimientos  del momento. Mi tristeza por estar fuera de casa,  las cosas desagradables que sucedían a mí alrededor y la ayuda para mantener buenas notas para pasar los exámenes, no podía expresarlas como deseaba hacerlo. Los rezos eran repetitivos. Siempre fui un buen estudiante a nivel de primaria y con frecuencia permanecía en el cuadro de honor tanto del grado que cursaba, como en el general del colegio.  Poco a poco ese crucifijo de Jesucristo  se  convirtió en mi  fiel amigo. Me sentía protegido y  no sentía miedo. Su compañía me daba la seguridad  y  la confianza que no sentía al estar lejos de mi familia. No entendía la razón de mi soledad familiar, pero la aceptaba por obediencia. Casi no tenía contacto con mi padre, que siempre estaba fuera de casa en su trabajo en los campos petroleros.  Me consolaba el sentir colgado en mi pecho  ese crucifijo  con una pequeña cadena. Costumbre que no continué, al perderlo durante un partido de fútbol y pasar horas recorriendo el campo de juego, hasta encontrarlo en medio del polvo. Por eso decidí colocarlo  debajo de la almohada.  Aún conservo ese crucifijo,  que muchas noches, humedecí con mis lágrimas, ante  mi separación de  la familia  teniendo  que convivir entre extraños.

 

Recuerdo una anécdota que sucedió siendo Presidente de la Estaca Caracas, de la Iglesia de Jesucristo de los SUD, cuando ya casado y con dos hijos, teniendo unos 40 años de edad. Fuimos invitados a un importante y muy visto programa de televisión, llamado "en confianza" en la televisora del Estado.  A  ese programa donde fuimos llevados engañados cuyo fin del moderador Nelson Bocaranda,  era lograr rating,  buscar polemizar con la Iglesia Católica, que estaba representada por un  conocido sacerdote del medio televisivo.  Durante el programa, se nos acusó de no ser cristianos y entre muchas otras cosas, se nos criticó el  no usar  crucifijos en nuestras capillas y templos, ni llevarlos  en nuestros pechos. El Representante Regional para esa época Elder  Alejandro Portal Campos,  solicito la palabra al hábil moderador y comunicador social explicando: no llevamos crucifijos en nuestro pechos, ni tampoco lo tenemos en nuestras capillas y templos, por el simple hecho, que la cruz representa un elemento de tortura y Jesús ensangrentado en ella, nos recuerda un momento de inmenso dolor y sufrimiento. Agrego, ¿quién de nosotros guardaría una foto en su cartera o tendría un cuadro en su  casa, de un hijo en el peor momento de su vida, atropellado  por un camión?  Para terminar agrego; ¿ No sería mejor recordarlo radiante, lleno de vida y salud? Fue  una respuesta  sabia y admirable de un digno y buen  sacerdote de nuestra iglesia, en un momento difícil, donde se buscaba la confrontación y la contención, en la que no caímos. Por cierto ese programa fue de impacto y los misioneros, tuvieron mucho trabajo, llevando el mensaje de la restauración del evangelio de Jesucristo a los interesados que esperaban  fuera del canal esperaban  interesados en conocer el mensaje de la restauración.

 

De regreso al internado, sentía que Jesús caminaba a mi lado, era mi mejor amigo y compañero.  Se convirtió en  mi ídolo y maestro y desde muy niño. Con apenas  8  años de edad comencé a desarrollar un  fuerte testimonio de Él que he preservado  hasta hoy  con 80 años edad.

 

MI TESTIMONIO  DE NIÑO POR ESCRITO.

De ese  PRIMER TESTIMONIO de JESUCRISTO siendo un niño de unos 8  años de edad, han transcurrido  72 años y 50  desde que encontré los misioneros del SEÑOR de la Iglesia Restaurada de Jesucristo en 1973, en la plaza Altamira de Caracas.

Le jure de niño,  lealtad y seguirlo siempre. Así lo acepte y ratifique de manera manuscrita con mi infantil firma, en el pequeño libro Prácticas de Piedad en el año 1951 el día de mi cumpleaños. A los 30 años de edad ratifique mi compromiso al bautizarme y recibir a JESUS.

Se puede leer en el pequeño libro azul, lo que escribí en letra de imprenta: "Quiero vivir y morir unido a Cristo mi Señor y mi Dios." Luego agregue  "hasta" morir y firme al pie de  la hoja,  lo que fue mi primera  firma, como la mejor decisión de mi vida. Desconocía para ese momento  mi paso por el internado y mi posterior bautismo en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos días en el año 1973.

 

Hoy al final del otoño de mi vida, testifico sin ninguna duda de su amor y existencia. Espero gozoso su regreso para continuar su misión salvadora,    despejando el camino de regreso a nuestro hogar en los cielos, organizados como familias humanas  celestiales, que actualmente trato de unir como eslabones haciendo investigación de mi historia familiar y presentando sus nombres en los sagrados templos del SEÑOR, para que ellos también decidan a quien seguirán estando en el mundo espiritual. 

 

 

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