Mascotas Tata Félix.. capitulo 2. Lechuzo, La mona, El negro.

MASCOTAS DEL TATA FELIX.

1.      PERRO. LECHUZO. bravo y ladrador.

Era un gran danés  macho, que por su  color atigrado entre grises y manchas oscuras,  mis padres lo llamaron Lechuzo. Era imponente y musculoso. Por su  bravura, actitud y mirada  siempre vigilante infundía mucho respeto.  Papá lo ataba  a una mata de mango en la parte de atrás de la casona, que se encontraba en la parte  trasera de la casa.  No existiendo para esa época paredes de bloque para separar  las propiedades,  se sembraban setos de arbustos de flores como cayenas, que al tupirse, indicaban claramente el límite de la propiedad con los vecinos. Papá soltaba de noche a Lechuzo, para que cumpliera su rol de guardián y lo ataban al amanecer nuevamente, evitando  preocupación o molestias  entre los vecinos. Por su tamaño no podía pasar  entre los tupidos setos  hacia los terrenos  vecinos, además ningún otro perro o animal se le acercaban por miedo a su fiereza.

Ricardo un primo nuestro sobrino de mamá,  de unos 12 años, que  algunas veces nos visitaba, buscaba siempre  molestar a Lechuzo con una larga vara de madera, con la cual lo tocaba a la distancia  para  molestarlo, hacerlo  enfurecer y ladrar. Esto enloquecía  a Lechuzo, que  al estar atado sin poder defenderse, intentaba zafarse para atacar al  osado  niño.  Mi hermano Rafael de la misma edad, observaba el peligroso juego que en un momento dado, con lechuzo pegando saltos para atrapar al primo,  calló cerca de lechuzo que lo atrapo y mordió en el hombre y el brazo. A sus gritos mamá escucho y corrió al lugar.  Ante  de llegar  una perra mucuchies de nombre la mona, salto sobre lechuzo, logrando que Rafael  se escapara  y corriera hacia mama, que pudo curarle las   heridas de la mordida. De no haber sido por la mona, las heridas pudieron haber sido más graves o hasta fatales por el tamaño y la fuerza de lechuzo. De lechuzo aprendí que  los  perros y sus espacios se respetan.

2.      PERRA. LA MONA.   excavadora de huecos.

Era una perra mucuchíes, peluda de orejas caidas con manchas blancas y negras de gran tamaño, dócil y obediente  pero a la vez brava,  muy guardiana y protectora de la familia. Papa la trajo cachorra luego de un viaje de trabajo   por los páramos andinos, donde se la compró a unos niños que la vendían  cachorra la orilla de la carretera trasandina. Estaba acostumbrada a estar cerca de nosotros manteniéndose alejada, cuando jugábamos en el patio. Era amigable y nos meneaba la cola, cuando la llamábamos,  lo cual nos daba mucha tranquilidad. Esa fue la razón por la cual salto sobre Lechuzo, cuando atacaba a Rafael tirado en el piso. Cuando la mona tenía sus numerosas crías hasta de 7 cachorros,  acostumbraba  esconderlos abriendo huecos profundos  los árboles, que luego  cubría con tierra. Mamá a la hora de ponerle la comida, se daba cuenta que no estaban los cachorros en el lugar donde los había colocado y  nos ponía a buscarlos  por todo el terreno antes que callera la noche. . Finalmente la mona se delataba, cuando al acercarnos a un lugar, se ponía a la defensiva y nos gruñía tratando de alejarnos. Le avisábamos a mamá que sin ningún miedo, la apartaba regañándola y buscaba los cachorros  sacando la tierra  del hueco. Se veían dormían tapados. Solo una vez  mama encontró a una cachorrita muerta por asfixia, seguramente al echarse la  mona  encima para amamantarlos o cuando se daba cuenta que buscaban sus cachorros para protegerlos, evitando que  mamá los mudara de sitio. Una noche tras un fuerte aguacero, con truenos y relámpagos, mamá salió al patio buscando los cachorros,  cuyos lastimeros gemidos se escuchaban entre la lluvia. Los encontró sumergidos en un gran charco de agua.  Al contarlos, mamá Flor se dio cuenta que faltaban dos.  Le preguntaba ¿Mona donde pusiste los cachorros? Los consentidos de la mona,  los había traslado a un sitio seco. Luego de un rato de búsqueda, entre la lluvia y con un paraguas que sostenía mama,  los encontramos. Mamá los metió en una bolsa de yute y con la mona pegando saltos preocupada  a donde llevaban a sus cachorros, Mamá los llevo dentro de la casa, donde los secamos y esa noche durmieron con nosotros en el cuarto. De la mona recuerdo su protección por Rafael y su celo  como madre por sus hijos. 

3.      PERRO. EL NEGRO.   guardián silencioso.

 Era un macho criollo, de mediano tamaño, recogido  ya adulto de la calle,  con algo de edad, de color negro, orejas caídas y hocico marrón. Mamá lo observo echado varias veces  por la mañana  en la puerta del jardín  que daba a la calle y lo invito a entrar. Los otros perros  de la gran manada de mamá, lo recibieron, algunos muy alegres meneando sus colas y los machos oliéndole  su cola. El negro inteligentemente con la cola entre sus patas, se dejó oler sin mostrar ninguna agresividad. Con el paso del tiempo mostro su carácter serio y dominante y por ello  se convirtió en el jefe de la manada.  Era  manso, pero poco amigable,  que se hacía  respetar con su mirada lejana y fría.  Era muy serio y para nada juguetón con nosotros los niños de la casa y mucho menos con los otros perros que lo respetaban mucho. Siempre estaba echado frente a la puerta de entrada, muy  pendiente de quien se acercaba o llamaba en la puerta.  Sabíamos la hora de llegada de Papá, porque se paraba y e escondía. Papá no hizo química con él y eso Yo no lo entendía. Tenía un ladrido corto y grueso, espaciado, con el cual avisaba de  algún extraño. También avisaba al marchante turco, vendedor de tela, al lechero o el panadero que llevaban sus productos hasta las casa para esa época. La figura del negro infundía temor y ningún desconocido se atrevía a ingresar a la propiedad, hasta que mamá le ordenaba al negro retirarse de la puerta. Hasta que no recibía la orden de alejarse, permanecía quieto silencioso observando al visitante. En alguna oportunidad dependiendo quien era el visitante, gruñía y le pelaba los dientes, lo cual apuraba a mamá en atender al visitante, que se quedaba parado  paralizado esperando que el negro en cualquier momento le saltara encima.

ANÉCDOTA. En la farmacia   cercana a la llamada plaza de los Dos Caminos, había un  joven espigado, flaco y alto, al cual llamaban el Bachiller Andara.   Colocaba las inyecciones  a domicilio, que se compraban en la farmacia, del boticario de nombre Sucre. Nuestro hermano menor Roy, sufría de severos ataques de  asma  y con frecuencia,  las crisis de tos por las noches lo asfixiaba, lo cual urgía buscar de inmediato  al bachiller Andara, para inyectarlo  en casa. Dependiendo de la hora y el día, se podía encontrar al   bachiller tomando licor en un bar cercano a nuestra casa,  de nombre Santa Ana, que aún existe y conserva sus dos medias puertas de acceso con los bares del viejo oeste.  Allí  delataba su presencia echado en la puerta del bar,  un perro criollo mediano de color marrón al que llamaba su "compinche"   que era su mascota.  Cumpliendo con el  incómodo mandado de mamá, entraba al bar entre el humo de cigarrillos,  el fuerte olor a licor y la música de una rocola y le avisaba al Bachiller sentado frente a la barra, " que mamá requería de su servicio urgente, pero que fuera sin el perro", a lo cual ya bajo los efectos del licor respondía, "Dígale  a su mamá que mi perro va donde Yo voy".  Contestando ¡SI SEÑOR!, salía corriendo a casa para informar a mamá, quien preparaba todo, pero no encontraba al negro que se escondía. El bachiller Andara llegaba con su perro paloteado y una botella de ron en la mano y de inmediato se armaba una gran pelea. El bachiller tomando a su perro de la cola,  mamá echándole agua con una manguera al negro por la boca. Mientras, se escuchaba a Roy toser con su peculiar pito asmático por la falta de aire, esperando cesara la pelea entre los perros y los gritos de mamá separando la pelea. Recuerdo que una vez  el Bachiller Andara, salió muy mordido.  Bajo los efectos del Licor, metía las manos tratando de separarles las bocas.  Los perros peleando, mamá y Andara  gritando, con Roy tosiendo con su pito  al respirar buscando aire,  fueron momentos de angustia que me quedaron muy grabados en mi mente de niño de  7 años, que solo podía observar alejado del evento obedeciendo a los gritos de mamá que no me acercara.

Del Negro aprendí su dominio sobre los otros perros y  el respeto a su territorio.

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